Las empresas no son ni buenas ni malas; todo depende del uso que los seres humanos hagamos de ellas.
Empresas: ¿son meras máquinas de hacer dinero o sirven a un bien social? Si solamente las utilizamos para ganar dinero, ¿en quién repercute éste? ¿En la sociedad? ¿En los trabajadores? ¿En los empresarios y directivos? De ser así, ¿a qué lo dedican estos? ¿A comprarse otro yate, a tener una casa más en el campo, a hacerse con una isla desierta o a generar más riqueza y más trabajo?
Trabajadores: nos excusamos asegurando que hay que trabajar. Excusa que parte de una premisa real: necesitamos dinero y la mayoría de las personas tenemos que trabajar para poder vivir. ¿Es así o estamos viviendo para trabajar? ¿Nos hemos planteado qué estamos haciendo con nuestra vida? ¿A qué dedicamos la mayor parte de las horas del día? ¿Cómo repercute nuestra labor en la sociedad?
Durante muchos años he estado trabajando en empresas. En algunas sentí profundamente que estaba desempeñando una labor buena para la humanidad; en otras sentí vacío. Finalmente descubrí que en estas últimas yo era una mera pieza de una maquinaria que, además de amasar dinero, no hace mucho más.
No me consta la menor duda de la profesionalidad y la buena voluntad de la mayoría de las personas que trabajan en la industria farmacéutica. Muchos de esos fármacos curan enfermedades, argumentarán, y la mayoría alivian los síntomas a sus pacientes. Algunos son necesarios. Además, la mayor parte de la investigación científica proviene de los grandes laboratorios. Se trata de ensayos clínicos sobre nuevos productos. ¿Qué ocurre si hay otras formas de sanar?
Me vienen a la memoria las palabras de un profesional de la salud que estuvo dedicado gran parte de su vida a la salud natural. Su medicina integral constaba en gran parte de abrazos, trabajo emocional, meditación, reposo, ayunos terapéuticos. “¿Quién va a ganar dinero con esto, si todo es gratis? Nosotros no interesamos a los laboratorios”, decía.